Los paseos, derivas o deambulaciones, a pesar de haber formado parte en mi vida y en mis prácticas, jamás los había tomado como una práctica artística o un arma político artística. Para mi, estas prácticas habían estado más bien conectadas a mi mundo emocional o lúdico, ignorando la relevancia que podían llegar a tener.

Saturarte en el espacio privado - como puede ser tu casa - y trascender al público y conquistarlo ahora se me antoja como un acto de rebeldía silenciosa que roza la liberación. Así mismo, callejear sin rumbo, sin objetivo, abierto a todas las vicisitudes y las impresiones que le salen al paso, puede convertirse en una acción de trascender la individualidad y conectar con el medio. Una manera también, de que llegué la creación en vez de buscarla, si es que llega. Ir a la deriva, como estar a la deriva en el mar, es seguir las corrientes y por tanto su energía. Lo racional y lo irracional, lo consciente y lo inconsciente halla en la deriva su territorio de encuentro.

Creo que, con las deambulaciones como con cualquier otra acción, al hacerlas conscientes - conscientes en tanto a que hacer una deriva bajo la percepción de estar haciéndola, por muy inconscientes y fluidas que pueden llegar a ser - se abre toda una nueva dimensión de espacio, contemplación y creación, cuya premisa de la observación y azar puede llevarte a sitios en los que una introspección quizás jamás acabaría.